Por qué vale la pena conservar la inocencia
O: cómo una librería en Venecia me salvó del abismo.
Gracias a por inspirar esta historia.
La desolación me consumía.
Era aproximadamente la segunda semana de nuestro viaje por Europa, el primero y hasta ahora único. Las vistas eran incomparables, la comida indescriptible. Todo era maravilloso, espléndido. Todo estaba bien.
Todo excepto yo.
Un par de meses antes, había empezado un proceso de duelo que me había despedazado el alma. La inocencia de la juventud nos suele hacer pensar que la posibilidad de no encontrar el amor sería demasiado dolorosa para transitar, para alguna vez apropiar. Lo que uno aprende después es que ese dolor es pequeño comparado con el de haber encontrado el amor, para luego perderlo. Para luego cuestionarse todo lo que uno pensaba saber.
Quizás por ello me resultaba muy difícil disfrutar este viaje. Mi familia lo había planeado para que finalmente pudiésemos conocer Europa juntos, para poder generar recuerdos bonitos en nuestra conciencia colectiva. Sin embargo, mi mente (y quizás mi corazón) no querían dejarme. Querían halarme hacia las profundidades de la tristeza, hacia los bucles eternos de la levedad del ser.
Hacia el abismo.
Fue con ese color emocional, con esa constante e ineluctable ansiedad, que empecé a recorrer las calles de Venecia, esa ciudad congelada en el tiempo, flotando en los mares del anacronismo, rehusándose a anclarse a la modernidad.
No lograba disfrutar lo que estaba viendo. Nunca había recorrido una ciudad con tanto por mostrarme, y mi estado emocional no me dejaba voltear a apreciarlo. ¿Qué me pasaba? ¿Qué podía hacer al respecto?
Mi cuello se tensionaba cada vez más. Mis ojos estaban en un constante estado medio entre lagrimear y llorar. Mis dientes rechinaban de tanto apretarlos. Las gotas de sudor no paraban de permear mi frente.
Dios mío santo, ¡dame una luz!
Fue en ese momento cuando me topé con una librería.
Era relativamente pequeña, muy fácil de perder de vista si andabas muy rápido por las esquinas laberínticas de los recovecos venecianos.
Sin embargo, algo me atrajo a ella. Algo innombrable me hizo ignorar el trayecto que llevaba mi familia y entrar a esta pequeña isla del conocimiento.
Empecé a navegar los libros que había dentro. Muchos estaban en italiano, lo cual no me detenía. Lentamente, mi cuello se empezó a relajar. Mis ojos se secaron. Mis dientes soltaron sus agravios. Mi sudor empezó a darme tregua.
Me topé con una novela gráfica de un personaje que jamás había escuchado en mi vida. Se llama El Corto Maltés, y este tomo portaba el nombre Favola di Venezia.
Algo se despertó en mí.
Algo que llevaba enterrado, escondido, mucho tiempo. Algo que, en ese momento, no supe nombrar. Solo sabía que ese algo me pedía, me rogaba, que comprara ese libro.
El hecho de que estaba escrito en un idioma que yo no entendía no me detuvo. La certeza de que probablemente nunca iba a aprender italiano no hizo mella en mi convicción.
Al salir de la librería, respiré el aire veneciano, con una sensación refrescante, renovadora. Desde ese momento hasta que el viaje se acabó, lo disfruté como nunca antes. Dibujé recuerdos que nunca abandonarán mi espíritu, que nunca se desvanecerán de mis más preciados tesoros.
Hoy por hoy, sé lo que me pasó.
Esta librería me había hecho reconectarme con mi niño interior. El Corto Maltés me había recordado a los personajes, valientes y aventureros, que me habían inspirado tanto la infancia. Me había recordado el valor del asombro, la incalculable unicidad de la imaginación.
Me había devuelto la inocencia que la vida misma había decidido quitarme.
En algún momento, alguien de mi familia preguntó en voz alta:
“¿Por qué no modernizan esta ciudad? ¿No haría todo más fácil?”
Creo que el encanto de Venecia reside precisamente en su terquedad hacia el cambio, en su implacable insistencia por mantener su pureza, en su resistencia ante todos los intentos del mundo por corromperla.
En su afán por conservar su inocencia. Su capacidad de asombro.
¡Que lindo texto, Nando! Siento tu emoción en cada línea y me imagino ese momento del click en Venecia cuando viste la librería. Esas cosas que son un ratito y cambian todo el rumbo. Gracias por esa mención, que lindo acompañarnos en este camino ❤️
Hermoso relato, Nando. ❤️
Gracias por compartir ese momento de sanación. 🙏🏽